Para esta época, esos parajes a la orilla del rio, de un
color verde intenso, se llenan de un aroma
especial, que esa frase “huele a Semana Santa”, toma vigencia por estos
días en la Villa de Santa Cruz de Mompox. Es un olor a palma recién cortada, a
incienso, a especies sagradas, que se mezclan con el tañido de las campanas de
sus iglesias, el ruido de la matraca y, el sonar lúgubre y triste de la
trompeta del nazareno.
Eterno el tiempo que ha transitado entre procesiones y
el andar lento de unos pasos que son cargados por hombres devotos en
cumplimiento de una “manda”. En estos tiempos convulsionados, salpicar el
entorno y la vida en ese remanso de paz, es como detener el tiempo, con la
intención de evocar el pasado entre callejones, tejados, y campanarios untados
de historia. A esa tierra de duendes, de amaneceres salidos de un lienzo
mágico, llegare como de costumbre para esta época, a sentarme en los escalones
del Puerto de la Sierpe, a recordar las historia que un día me conto un viejo
de barba blanca y espesa. El martes santo gracias a los oficios de Cruz Campo,
estaré en el recinto de la academia, en compañía de Oscar Arquez, contando en
un conversatorio las anécdotas de mi libro ENCESTADOR DE NOSTALGIAS. MOMPOX
SIEMPRE MOMPOX.

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