Ernesto
Mcausland Sojo (Q.E.P.D) me decía que el embrujo de Mompox cautivaba de tal forma,
que era imposible desprenderse de esa fuerza hipnotizante que te arrastraba a
sentarte en cualquier lugar de la vieja Villa a contemplarla. En eso no se
equivocó, el duende que habita en ella, ese que se esconde en los rincones
ausentes de sus calles y callejones y, que parece durmiera en los húmedos
tejados y campanarios que miran hacia el cielo, le devuelven a la vida, como
por arte de magia, la paz que el alma necesita.
En la madrugada de este domingo
de Ramos, en ese sitio convertido por su angelical belleza como el icono
inconfundible de su añejo inmobiliario arquitectónico como lo es su iglesia de
Santa Bárbara, se inicia con una majestuosa procesión, la semana más importante
para el mundo católico, que los momposinos, años tras años, han sabido guardar
en la despensa de sus sentimientos. Engalanada con una música cautivadora, cuya
partitura la entonan unos músicos que la llevan en la sangre, para hacer del
instante una réplica semejante a la de ese Jesús de Nazaret, cuando entre el
batir de palmas y canticos entro montado en su borrico a la mítica Jerusalén.
La imagen que hoy sale de ese símbolo sagrado, es tan perfecta, que solo le
falta hablar. Montado en su asno, como símbolo del desprendimiento al mundo
terrenal, entre el agitar de palmas de fieles y, al compás de esa música que
eriza la piel, el redentor del mundo inicia su recorrido por las calles de este
recinto colonial, para dar inicio también a la semana más importante del pueblo
momposino. Untado de este entorno que se transforma por su olor místico, los
actos litúrgicos y, las procesiones por venir, caminaré por sus vetustas y
adoquinadas calles a contemplar su entorno
y, así embriagarme, contemplando la luna, con los recuerdos del ayer.
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