Esta nota hace parte de las columnas Directo al Punto publicadas en el Heraldo, recopiladas en el libro ENCESTADOR DE NOSTALGIAS de mi autoría.
Hoy la reescribo y publico nuevamente como homenaje a mi gran amigo Edison Cristopher, que acaba de fallecer.
A mi amigo, hoy descansando en la paz del Señor.
Se había ido para San Andrés, ya en el otoño de su vida, a disfrutar de su pensión, pero la soledad lo consumió. No pudo amansar la nostalgia, y se enfermó del alma. Entonces se dedicó a contemplar ese mar de siete colores, pensando en el ayer, en ese pasado escondido en su corazón. Hoy, el negro grande, descomunal y con voz de trueno falleció en su entrañable Medellín, esa ciudad que una vez lo acogió como su hijo adoptivo. Saco del baúl de los recuerdos una nota que escribí en este espacio, como un homenaje al hombre que en este instante descansa en la Gloria de Dios.
“Esa pelota pasó por San Andrés, y cayó en Nicaragua”, exclamó Marcos Pérez Caicedo cuando la vio alejarse volando por los aires, en aquellos juegos Centroamericanos celebrados en Panamá en el año de 1979. La frase todavía tiene eco en el corazón de Cristopher. “Sandalio Quiñones era el pícher de Puerto Rico, y nos tenía dominados, pues perdíamos dos por cero” me dijo levantando los ojos al cielo, como queriendo buscar las palabras adecuadas para recordar aquel instante inolvidable. “Habíamos llenado las bases, y le tocaba el turno a Bartolo Gaviria, pero Manía Torres, ese viejo zorro que hizo grande el béisbol colombiano de esa época, me llamó y me dijo: Negro en tus manos está el juego. Sandalio estaba crecido en el montículo, tenía una mirada de fuego, y estaba lanzando piedras. La primera bola fue un strike que no la vi, la segunda una recta que botaba humo, solo recuerdo al coach de la inicial gritándome emocionado, corre negro, corre negro, que la sacaste del estadio, ese día le ganamos a la Isla del Encanto cuatro a dos”.
Este sanandresano, inmenso de estatura, con voz de miedo, hijo adoptivo de Medellín, hizo de la actividad del músculo, el canto diario para alegrar la vida. Entre el baloncesto y el béisbol, escribió su acontecer con letras gigantes e inolvidables como él, ancladas entre las montañas de su tierra prometida. En esa ciudad, lejos del cautivador encanto de su isla natal. Sembró también los cimientos para que sus hijos caminaran y acariciaran el sendero de su huella eterna. Los homenajes recibidos en esa tierra agradecida, ya en el crepúsculo de su vida, son una muestra fehaciente de admiración por el hombre grande de estatura e inmenso de corazón.
Ya retirado, acariciando la brisa de su mar incomparable, viviendo de los recuerdos, entre el sol y los colores indescriptibles de su bella isla, escribiendo sobre la arena sus memorias, me dijo con esa misma voz de espanto de siempre: “Aquella vez que le hice los cuarenta puntos a México en esos centroamericanos del 54 o 55, la prensa resaltó la hazaña diciendo: Un negro desconocido, el
verdugo de México”. Si negro, como dice la canción, “Parece que fue ayer” que dejaste de ser desconocido, el tiempo no pasa en vano, sigue cantando y soñando entre los atardeceres multicolores de tu isla de encanto, y el cautivador paisaje de tus verdes montañas.
Negro, esta nota la escribí sabiendo que ya descansas en el cielo, en la paz de Dios. Lo hice con el propósito de recordarte por siempre.

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