La última vez que lo vi, andaba yo por esos parajes olvidados de la patria donde el calor y la humedad se pueden agarrar con la mano y, el entorno esta arropado con un aroma inconfundible que brota de la tierra. Esa vez llovía torrencialmente, cuando por arte de magia apareció el portal de su estancia, donde pude protegerme del diluvio inesperado. Estaba sentado al lado del rustico fogón prendido con leña, cuando sin mirarme me invitó a sentarme al lado de la improvisada chimenea, ofreciéndome de paso el elixir, que según él lo mantenía vivo. Sus manos tenían las huellas de los estragos del tiempo y en su rostro se dibujaban las cicatrices del inclemente sol, pero sus ojos conservaban la bondad de quienes miran los amaneceres y atardeceres con la sonrisa en el corazón. En las paredes de su bohío de barro tenía colgados unos afiches arrugados y desteñidos de la mayoría de nuestros futbolistas, algunos con la camiseta del Junior de Barranquilla, otros de la selección Colombia.
Esa casualidad fue quizás el detonante para cultivar una amistad que nació un día y, continuo bajo la premisa de hablar siempre de lo que le reconfortaba el espíritu y ayudaba amansar la soledad. Por eso cuando al final del desastre advertido en el juego contra la roja Chilena, Jeremías se apareció al otro lado de la línea, balbuceando palabras que no se entendían por los espasmos y sollozos de su incontenible llanto, tratando de decirme, que se había preparado como siempre lo hacía, rodeado de los mismos amigos de la comarca, alimentando la esperanza con gotas de un licor que el mismo maceraba en un viejo alambique y, que todos con su camiseta amarilla puesta le daban al instante cierta nota de patriotismo angelical. Que paso me preguntaba sin cesar, buscando las palabras acertadas para aliviar la impotencia de la película que había terminado allende la frontera, donde sus héroes se habían quedado con las manos vacías y, él navegaba en un mar sin ideas, como si no existiera.
Así como Jeremías quedó el país después de la horrenda noche, porque como los ilusionistas nos han vendido la idea de que tenemos un equipo con oficio, con argumentos, cuando la realidad ha sido otra, esa que se desvirtúa cuando la improvisación se acaba y, no queda más que un puñado de guerreros deambulando por el campo de la batalla a falta de un libreto que los proteja. Por eso me duele el llanto del inconsolable Jeremías, me maltrata el uso indebido de los jugadores, me enerva la mentira que como pólvora se riega en boca de los comunicadores, pero nada de lo ocurrido me sorprende porque el desbarajuste era predecible.

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