De él no se supo más nada
después que la terrible enfermedad del Parkinson apareció para minar su
endiablada vitalidad. De vez en cuando se le veía en apariciones esporádicas
ocultando su tristeza con unas gafas oscuras. Ya no era ni sombra de aquella
figura arrogante, que vociferaba a cuatro vientos que era el más bello y, que
su figura atlética era parecida a los gladiadores de antes, con la diferencia
que era inalcanzable, pues el danzaba como mariposa y picaba como abeja.
Su
grandeza como hombre y boxeador comenzó aquella vez que tiro al río la medalla
Olímpica que orgulloso se había ganado para su país, porque no lo dejaron
entrar a un restaurante exclusivo para blancos. Fue cuando dijo que sería el
más grande de todos, dentro y fuera del ring. Su nombre de pila, que pertenecía
al pasado esclavo, lo cambio por el de Mohamed Ali, dándole inicio a la
historia más grande que deportista alguno haya realizado. Bailando en el
ensogado como si fuese una pista de baile, con un estilo inigualable e
irrepetible, libro batallas épicas que
son recordadas por expertos cronistas como las más memorables.
En mi memoria
están todas, porque en esos tiempos de juventud soñadora, el “bocasas” como le
decían se convirtió en ese ídolo, que a esa temprana edad todos anhelamos.
Aquella contra Frazier es quizás la más sangrienta de todas, se habían dado
hasta con el balde como se dice en el argot de los puños, tan fiera fue, que
aseguran que Ali salió para el hospital orinando sangre y, muchos afirman que
hasta se desmayó. Pero hay un suceso digno de una escena cinematográfica,
cuando ambos boxeadores extenuados llegaron al último asalto de los 15
disputados. Cuenta Angeló Dunde, un zorro de la esquina, que cuando Ali llego
al fatídico banco donde se cuecen los sueños, este le dijo con el poco aliento
que le quedaba, que no iba más, que esto era inhumano…la grandeza del instante
se refleja en el ojo clínico del viejo entrenador que se da cuenta que en la
otra esquina también Vivian el mismo drama, fue cuando sin pensarlo dos veces
le dijo: levántate, ponte de pies, que los de enfrente van a tirar la toalla.
Una anécdota que quedara guardada en los anales de la historia como la batalla
épica protagonizada por dos mortales en el ring, coronada por la sapiencia de
quien más tarde afirmaría que lo sucedido esa noche realmente fue inhumano.
Ali, para siempre, al panteón de los inmortales.

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