martes, 3 de mayo de 2016

La Cocina de la Vieja Casa


La vieja casa situada en ese mítico callejón de La Sierpe, ya no es la misma. Se ve triste y solitaria, como si la nostalgia la hubiese arropado. Sus viejos ventanales permanecen cerrados y, su enorme puerta de madera ya no tiene el brillo de antes. Cada vez que paso por el desolado callejón que termina mirando al río, me detengo frente a ella, con la intención de evocar el pasado y lograr como los milagros repentinos, llenar el alma con  los aromas del ayer. Los fantasmas de las noches perdidas aparecen para llevarme flotando en el aire y colocarme en el desván que da a la cocina, el sitio predilecto donde convergen los olores, los sentidos y los sentimientos. En ella quedaron retratadas para la posteridad las huellas de los seres queridos que dibujaron el ayer de pinceladas imborrables. Las manos de las abuelas que tejieron la despensa con el arte y la paciencia para hacer de ese entorno incomparable, el lugar para mirarnos los ojos y, transportar con las especies que se adobaban en el fogón, los olores que se impregnaron para siempre en la piel. Mi madre, con sus manos suaves como motas de algodón, hizo también de ese lugar el sitio predilecto para desahogar el alma, invocando tonadas de su angelical voz, cuya partitura, estoy seguro, quedaron escondidas en algún rincón de la vieja casa. Invocar los tiempos del ayer, como único paliativo para disipar los estragos del tiempo, tiene su encanto cuando las palabras se endulzan con el arte de escribir. 

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