domingo, 19 de marzo de 2017

San José


Cuando Álvaro Del Vecchio Dirrugiero me mostró las fotos que hablan de esa época cuando éramos adictos al balón de baloncesto y, estábamos untados de ese ambiente sin igual de ese colegio que aún guardamos en el alma, nos quedamos mirándonos sin decir nada, pero afirmando en ese instante de silencio mutuo, que el recuerdo de aquellos viejos claustros con sus historias habían sido suficientes para dejar la impronta de la perpetuidad. Esa vez, mientras él como buen italiano que es, compartimos acompañados de una botella de vino sus reconocidas pastas, con la intención de deshojar el tiempo y afirmar el refrán que dice “recordar es vivir”. 

Entonces desnudamos esos días en el viejo colegio al lado de la iglesia de San José, el que consideramos el más importante en nuestra formación, ya que la comunidad de los Jesuitas en esa época estaba nutrida de sacerdotes que tuvieron mucho que ver en nuestra orientación. En el patio central, que servía de auditorio y reuniones generales, estaba la única cancha de baloncesto, que teníamos que solicitar en préstamo con su respectivo balón al hermano de la portería, un gigante que aumentaba de tamaño por la sotana y su andar pausado acompañado de su inseparable bastón, de apellido Aguirre, que usaba el préstamo del balón para decirnos con su bocerron en su lengua vasca:”on do vici, on do inseco”, que significa “vivir bien, para morir bien”. 

En ese claustro con olor a incienso, entre misas y procesiones, orgullosos de ese colegio que convertimos en nuestra segunda casa aprendimos de la solidaridad por medio de ese deporte que cultivamos sin que nadie nos lo enseñara. En ese trasegar de los días imbuidos bajo la doctrina de los padres de ese entonces, pasamos del viejo y recordado colegio de la 38, al enorme edificio de Betania, donde tuvimos el tiempo y el espacio para solidificarnos como personas. Batallas deportivas en los juegos intercolegiales, quedaron para siempre resumidas en los anuarios, como testigo de una época enmarcada por un sentido de pertenencia especial. Por esas cosas del destino, yo regrese al colegio, para servirle como profesor en el departamento de deportes, tiempo suficiente para llevarlo untado en mi piel. 

En esa evolución del tiempo, el colegio de San José asumió el reto de crecimiento de la ciudad, construyendo un hermoso plantel educativo con las más modernas exigencias de la conservación del medio ambiente y, bajo los mismos parámetros de esa educación integral que permite formar ciudadanos de bien, Me uno de 
corazón en su fiesta patronal, felicitando a su comunidad educativa precedida por su rector Padre Gabriel Jaime Perez.

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