domingo, 12 de marzo de 2017

El Altar de Carmela


Las velas encendidas y las flores a la virgen las colocaba siempre con santa devoción cada vez que Luis Felipe salía al campo a jugar. En un rincón de su casa tenía un altar improvisado, adornado con la piedad propia de quienes transpiran fe. Ese rincón iluminado, con aroma a flores recién cortadas, era el sitio predilecto de ella. El día que murió, Luis Felipe corría las bases en el campamento de República Dominicana alimentando su espíritu con lo que más le gusta hacer, su pasión por el béisbol es un torrente energético que corre por sus venas. Ella se sentaba en las gradas del envejecido Tomás Arrieta a verlo jugar, así no entendiera los laberintos de ese juego de reglas infinitas, pues solo con verlo era feliz. Le costó trabajo aceptar que su hijo caminaba por ese sendero, pero como toda madre arropada por ese amor incondicional, hizo de ella, la felicidad de él. 

El altar con las velas apagadas y las flores marchitas, ahora que Luis Felipe regresó a dirigir a los Leones de Montería, por esas cosas inexplicables de la vida, volvió a iluminarse, recuperó la luz celestial de otros días y las flores recobraron su aroma angelical. Dicen que los milagros perduran cuando el amor existe. 

En cada juego de la final en el atiborrado 20 de Enero, por esas cosas ligadas a los misterios de los santos, las flores y las velas que acompañaron siempre a la virgen de Carmela, tomaron vida. Era una señal con artificios espirituales de estar presente acompañando al hijo de su alma. En el último juego, donde la vida para los Leones dependía del triunfo, el altar se llenó del olor inconfundible del incienso, un aroma sobrenatural que nunca se supo de donde vino y como se fue. Así permaneció todo el día, hasta que en el último instante los Toros de Sincelejo pudieron celebrar a rienda suelta con sus parciales, un campeonato que enloqueció a esa población, tierra bendita, autora de las notas inmortales de la “hamaca grande” y del repertorio inacabable de los “Corraleros de Majagual”. 
Luis Felipe regresó esta vez a su casa para ser protagonista, jugó en tierra ajena, batalló hasta el final, el marcador de solo dos carreras son fiel testigo de ese duelo cerrado, de un deporte que necesita consolidarse en el territorio nacional. 

Las flores y las velas de Carmela se apagaron y el olor a incienso se esfumó, como un presagio de que ella estuvo en ese altar acompañando a su hijo del alma.

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