Nairo Quintana, la joya de la Reina
En
mi libro “ENCESTADOR DE NOSTALGIAS” aparece una de mis columnas dedicada al
gran Nairo Quintana cuando se bañó de gloria en la versión 100 del Tour de
Francia. Como el fútbol todo lo opaca, o lo releva a segundo plano, para ser
más generoso con este fenómeno de multitudes, el pasado triunfo en la montaña
Europea del escarabajo que comienza a ser leyenda, quedo reducido a segundo
plano, pues las páginas informativas desplegaron sus velas sobre el acontecer
de esa llamada eliminatoria mundialista. Como un homenaje, a quien considero en
el momento el mejor deportista de nuestro suelo, reproduzco en este blog, que
ya sobrepasa las 2.325 visitas lo que en ese entonces escribí. “Aquella imagen
de Lucho Herrera con la cara ensangrentada bajando solitario por la mítica
carretera francesa, con la camiseta de bolas rojas que lo señalaba como el rey
de la montaña en aquel Tour, es inolvidable, para quienes tuvimos la
oportunidad de ver por la pantalla chica aquella proeza histórica. El
“jardinerito” como le decían al menudo corredor, nativo de esa tierra de clima
benigno, de montañas verdes y paisajes donde la naturaleza es bendita y se
asemeja a una fotografía eterna, cuya población en su mayoría campesina, que
usan unas mantas gruesas para protegerse del frio llamadas ruanas y, el
sombrero es la prenda preferida, abrió el camino en aquella memorable época,
para decirle al mundo, que el remoquete de “escarabajos”, como comenzó a
llamárseles, era apenas el inicio de la leyenda. Hoy, ese mismo entorno con
pinceladas de pesebre, esta de pláceme, porque otro de sus hijos, esos que
nacen en la tierra del olvido, se llenó de luces en la avenida más grande del
mundo, como son los Campos Elíseos, al lado del monumento que una vez le hizo
honores a Napoleón, como es el Arco del Triunfo, símbolo imperecedero de la
ciudad luz. Nairo Quintana, con apenas 23 años, oriundo de Combita, hijo de
padres campesinos, de esos que laboran de sol a sol, realizó en esta versión 100 del insuperable Tour, una proeza que tiene conmovida al
mundo. En una sola etapa, de esas cuyo trazado son el terror de la caravana por
sus puertos de montaña cerca de las nubes, el Nairo de Colombia en una
demostración de fuerza, coraje y concentración se ganó la etapa para hacer
“moñona”, pues, además de consagrarse como la promesa viviente del ciclismo
mundial con la camiseta de la juventud, se adueñó del segundo pódium y, se
colocó de paso la franela de bolas rojas, que parece está destinada a unos
ciclistas de origen humilde, alimentados con agua de panela, que se asemejan al
Cóndor de los Andes, por esa manera de volar en las alturas. Pequeño de estatura,
salpicado su rostro con los rasgos nobles de los indígenas que habitaron esas
tierras colmadas de leyendas doradas, imperturbable e indescifrable cuando
pedalea sentado sobre su caballito de acero, sin inmutarse, el nuevo ídolo
colombiano parece un robot para no sentir nada, conoce de memoria el instante
preciso para salir como una bala y dejar regados en el camino a sus más
encopetados rivales. La demostración en esa emocionante etapa, subiendo sin
nada que lo alterara, con el vigor suficiente para desprenderse como lo hizo y,
colocarle el sello de oro a su histórica proeza, es propia de una joya que
comienza a brillar”.

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