sábado, 2 de abril de 2016

Reminiscencias

Nairo Quintana, la joya de la Reina


En mi libro “ENCESTADOR DE NOSTALGIAS” aparece una de mis columnas dedicada al gran Nairo Quintana cuando se bañó de gloria en la versión 100 del Tour de Francia. Como el fútbol todo lo opaca, o lo releva a segundo plano, para ser más generoso con este fenómeno de multitudes, el pasado triunfo en la montaña Europea del escarabajo que comienza a ser leyenda, quedo reducido a segundo plano, pues las páginas informativas desplegaron sus velas sobre el acontecer de esa llamada eliminatoria mundialista. Como un homenaje, a quien considero en el momento el mejor deportista de nuestro suelo, reproduzco en este blog, que ya sobrepasa las 2.325 visitas lo que en ese entonces escribí. “Aquella imagen de Lucho Herrera con la cara ensangrentada bajando solitario por la mítica carretera francesa, con la camiseta de bolas rojas que lo señalaba como el rey de la montaña en aquel Tour, es inolvidable, para quienes tuvimos la oportunidad de ver por la pantalla chica aquella proeza histórica. El “jardinerito” como le decían al menudo corredor, nativo de esa tierra de clima benigno, de montañas verdes y paisajes donde la naturaleza es bendita y se asemeja a una fotografía eterna, cuya población en su mayoría campesina, que usan unas mantas gruesas para protegerse del frio llamadas ruanas y, el sombrero es la prenda preferida, abrió el camino en aquella memorable época, para decirle al mundo, que el remoquete de “escarabajos”, como comenzó a llamárseles, era apenas el inicio de la leyenda. Hoy, ese mismo entorno con pinceladas de pesebre, esta de pláceme, porque otro de sus hijos, esos que nacen en la tierra del olvido, se llenó de luces en la avenida más grande del mundo, como son los Campos Elíseos, al lado del monumento que una vez le hizo honores a Napoleón, como es el Arco del Triunfo, símbolo imperecedero de la ciudad luz. Nairo Quintana, con apenas 23 años, oriundo de Combita, hijo de padres campesinos, de esos que laboran de sol a sol, realizó  en esta versión 100 del insuperable  Tour, una proeza que tiene conmovida al mundo. En una sola etapa, de esas cuyo trazado son el terror de la caravana por sus puertos de montaña cerca de las nubes, el Nairo de Colombia en una demostración de fuerza, coraje y concentración se ganó la etapa para hacer “moñona”, pues, además de consagrarse como la promesa viviente del ciclismo mundial con la camiseta de la juventud, se adueñó del segundo pódium y, se colocó de paso la franela de bolas rojas, que parece está destinada a unos ciclistas de origen humilde, alimentados con agua de panela, que se asemejan al Cóndor de los Andes, por esa manera de volar en las alturas. Pequeño de estatura, salpicado su rostro con los rasgos nobles de los indígenas que habitaron esas tierras colmadas de leyendas doradas, imperturbable e indescifrable cuando pedalea sentado sobre su caballito de acero, sin inmutarse, el nuevo ídolo colombiano parece un robot para no sentir nada, conoce de memoria el instante preciso para salir como una bala y dejar regados en el camino a sus más encopetados rivales. La demostración en esa emocionante etapa, subiendo sin nada que lo alterara, con el vigor suficiente para desprenderse como lo hizo y, colocarle el sello de oro a su histórica proeza, es propia de una joya que comienza a brillar”.

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