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| Crédito:AFP |
Parecía que estuvieran despidiendo a soldados que venían de la guerra. Los ataúdes tenían el mismo color, y estaban situados en la pista del aeropuerto ante la mirada impávida y el corazón apretado de miles de personas que los despedían con lágrimas en los ojos y ramos de flores blancas. Una salva de disparos completó el lienzo doloroso e inolvidable, los héroes que se metieron en el corazón de este pueblo tan ávido de cosas buenas, iban en busca de la tierra prometida para descansar por siempre en paz.
Nunca antes el dolor se había asomado a la ventana con la intención de sacar lo bueno de este país, fue como una catarsis colectiva que desnudó la sensibilidad de un pueblo represado por la indolencia. El pueblo antioqueño le dio una lección al mundo con su talante incomparable y de paso nos dijo a todos, que las lágrimas también purifican el alma. Los verdes de Chapetoc, que por coincidencia de la vida, tienen el mismo color de su noble rival El Nacional, fueron por esas cosas inexplicables a buscar el camino de la eternidad en ese valle cautivador rodeado también de verdes montañas. La vela en el camerino, en ese lugar sagrado donde se cocinan los anhelos, los sueños y las súplicas, permaneció prendida sin nunca apagarse.
En un rincón de ese sitio aromado con la esencia de los linimentos y el sudor de los gladiadores, después de la arenga del jefe de la tribu, arrodillados la prendieron todos, porque este equipo tenía en sus venas el sabor y la pimienta de la samba, pero sobre todo un aditivo especial que lo hacía diferente: tenía fuego en el corazón. El rincón encendido poseía el encanto de los altares improvisados, las estampas de los santos y las mil vírgenes, con el olor de los pétalos de las flores, dormirán para siempre en ese sitio que empieza a teñirse con luz angelical, como muestra inequívoca de unos guerreros que un día partieron en busca de la gloria.

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