viernes, 23 de diciembre de 2016

Cuento de Navidad


Las flores en el jardín, que para esa época de navidad cultivaba con esmerada pasión, estaban más hermosas que nunca. Los pétalos de las rosas se habían abierto y miraban hacía el sol, dejando que sus bellos colores tomaran la tonalidad de las rosas que le hablan al amor. Eran rojas, blancas y rosadas, algunas permanecían dormidas, con sus botones aún cerrados, pero las hojas y el tallo se veían firmes con su eterno color verde. Era un rosal de pequeñas proporciones cuidado con esmero. Había aprendido el oficio contemplando a la tía-abuela- desde que era muy niño. El jardín encantado estaba ubicado el patio de la casa, una casa con corredores anchos y simétricos que se engalanaban con el encanto de las flores cultivadas con pasión. 

El día que la abuela, cuyo nombre era Otilia murió, Antonio, el menor de la dinastía, prometió cuidar el rosal para que la abuela tuviera siempre flores en su tumba. Se había muerto el 24 de Diciembre de 1950, la encontraron muerta en el jardín, sentada en su banquito, en la mano tenía las tijeras y unas rosas de color blanco que acababa de cortar, se murió sin decir nada, como se mueren los viejos cuando tienen seco el corazón. Antonio, que había aprendido de ella a cultivar la pasión por la lectura, a conocer la historia de tiempos idos, estampas que le sirvieron para agudizar su imaginación, legado que le sirvió para caminar por el sendero de las letras y las arengas en los estrados judiciales, consideró, como un deber cuidar y cultivar el jardín que aún conservaba el aroma de los recuerdos. Había recibido de sus manos la ternura y la generosidad, desde aquel día cuando quedo huérfano y se fue a vivir al lado de ella. 

La nostalgia y el dolor de ausencias se mitigaron en sus brazos arrugados llenos de calor. La navidad para Antonio estuvo siempre arropada por el olor inconfundible de las rosas recién cortadas. Era un rito que la anciana comenzaba a realizar con los primeros rayos del sol, cuando aún el roció de la madrugada se perdía por los tejados y los rincones de la casa. Las cortaba y las iba colocando en unos floreros de cristal, invadiendo la casa de flores y espinas, que sin darse cuenta, cuando los villancicos invadían el recinto, la casa parecía un jardín colgante suspendida entre el sopor del instante. El jardín extraña las manos dulces tibias y tiernas de la abuela, pero aun así, como un misterio sin aclarar, el aroma del ayer está intacto, por eso, Antonio fiel a la promesa le lleva las flores al cementerio todo los 24 de Diciembre.

FELIZ NAVIDAD.

sábado, 3 de diciembre de 2016

La vela en el camerino

Crédito:AFP
Parecía que estuvieran despidiendo a soldados que venían de la guerra. Los ataúdes tenían el mismo color, y estaban situados en la pista del aeropuerto ante la mirada impávida y el corazón apretado de miles de personas que los despedían con lágrimas en los ojos y ramos de flores blancas. Una salva de disparos completó el lienzo doloroso e inolvidable, los héroes que se metieron en el corazón de este pueblo tan ávido de cosas buenas, iban en busca de la tierra prometida para descansar por siempre en paz. 

Nunca antes el dolor se había asomado a la ventana con la intención de sacar lo bueno de este país, fue como una catarsis colectiva que desnudó la sensibilidad de un pueblo represado por la indolencia. El pueblo antioqueño le dio una lección al mundo con su talante incomparable y de paso nos dijo a todos, que las lágrimas también purifican el alma. Los verdes de Chapetoc, que por coincidencia de la vida, tienen el mismo color de su noble rival El Nacional, fueron por esas cosas inexplicables a buscar el camino de la eternidad en ese valle cautivador rodeado también de verdes montañas. La vela en el camerino, en ese lugar sagrado donde se cocinan los anhelos, los sueños y las súplicas, permaneció prendida sin nunca apagarse. 

En un rincón de ese sitio aromado con la esencia de los linimentos y el sudor de los gladiadores, después de la arenga del jefe de la tribu, arrodillados la prendieron todos, porque este equipo tenía en sus venas el sabor y la pimienta de la samba, pero sobre todo un aditivo especial que lo hacía diferente: tenía fuego en el corazón. El rincón encendido poseía el encanto de los altares improvisados, las estampas de los santos y las mil vírgenes, con el olor de los pétalos de las flores, dormirán para siempre en ese sitio que empieza a teñirse con luz angelical, como muestra inequívoca de unos guerreros que un día partieron en busca de la gloria.