Las flores en el jardín, que para esa época de navidad cultivaba con esmerada pasión, estaban más hermosas que nunca. Los pétalos de las rosas se habían abierto y miraban hacía el sol, dejando que sus bellos colores tomaran la tonalidad de las rosas que le hablan al amor. Eran rojas, blancas y rosadas, algunas permanecían dormidas, con sus botones aún cerrados, pero las hojas y el tallo se veían firmes con su eterno color verde. Era un rosal de pequeñas proporciones cuidado con esmero. Había aprendido el oficio contemplando a la tía-abuela- desde que era muy niño. El jardín encantado estaba ubicado el patio de la casa, una casa con corredores anchos y simétricos que se engalanaban con el encanto de las flores cultivadas con pasión.
El día que la abuela, cuyo nombre era Otilia murió, Antonio, el menor de la dinastía, prometió cuidar el rosal para que la abuela tuviera siempre flores en su tumba. Se había muerto el 24 de Diciembre de 1950, la encontraron muerta en el jardín, sentada en su banquito, en la mano tenía las tijeras y unas rosas de color blanco que acababa de cortar, se murió sin decir nada, como se mueren los viejos cuando tienen seco el corazón. Antonio, que había aprendido de ella a cultivar la pasión por la lectura, a conocer la historia de tiempos idos, estampas que le sirvieron para agudizar su imaginación, legado que le sirvió para caminar por el sendero de las letras y las arengas en los estrados judiciales, consideró, como un deber cuidar y cultivar el jardín que aún conservaba el aroma de los recuerdos. Había recibido de sus manos la ternura y la generosidad, desde aquel día cuando quedo huérfano y se fue a vivir al lado de ella.
La nostalgia y el dolor de ausencias se mitigaron en sus brazos arrugados llenos de calor. La navidad para Antonio estuvo siempre arropada por el olor inconfundible de las rosas recién cortadas. Era un rito que la anciana comenzaba a realizar con los primeros rayos del sol, cuando aún el roció de la madrugada se perdía por los tejados y los rincones de la casa. Las cortaba y las iba colocando en unos floreros de cristal, invadiendo la casa de flores y espinas, que sin darse cuenta, cuando los villancicos invadían el recinto, la casa parecía un jardín colgante suspendida entre el sopor del instante. El jardín extraña las manos dulces tibias y tiernas de la abuela, pero aun así, como un misterio sin aclarar, el aroma del ayer está intacto, por eso, Antonio fiel a la promesa le lleva las flores al cementerio todo los 24 de Diciembre.
FELIZ NAVIDAD.

