lunes, 8 de agosto de 2016

Simplemente Mayra


La última vez que te vi, estabas completamente vestida de rojo, un rojo subido que realzaba la tersura de tu piel blanca, de tus bellos ojos negros, de tu cabello tan brillante como las aceitunas negras del valle Toledano. Te veías radiante y, tu sonrisa dibujaba la alegría de tu corazón cada vez que por casualidad nos encontrábamos a la vera del camino, no podría descifrar esos instantes poseídos de recuerdos que perduran para siempre, cada vez que repasábamos la historia de aquellos tiempos cuando asidos de la mano y del corazón comenzamos a caminar por el sendero de la vida. Recuerdos imperecederos que se llevan en el alma y, se esconden para quedarse ahí para siempre, eran los efectos de esa amistad que se fraguo en el portal de tu casa para quedar untada en la piel como un bálsamo catalizador que nos ayudó a soportar los estragos del tiempo. Momento duro e indescriptible también cuando hace apenas unos días me entere que te habías ido para siempre sin decir nada, dejándonos a quienes fuimos tus amigos con las manos vacías y el corazón arrugado. Llegue a esa última cita a darte el último adiós con un nudo en la garganta y un mutismo desconsolador para ocultar las ganas de llorar que se siente cuando te tienes que despedir para siempre de un amigo que llevas en el alma. Me fui rápido, sin decir nada, para ahogar mi llanto en silencio e inundar mi espíritu de esos alegres momentos que la vida nos deparo y, aliviar con tu eterna sonrisa la nostalgia del instante. Miguel, amigo del alma y protagonista también de esos tiempos idos, con el corazón dolido me dijo con la voz quebrada al oído, “tenemos que tomarnos unos tragos para vaciar el corazón de esta nostalgia que hoy nos arropa”. Lo estoy esperando.

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