La mañana del verde oliva
de las montañas de Boyacá, esas que bordean el entorno donde un hijo de esa tierra nació para convertirse con el paso del tiempo
en símbolo nacional, tenían el mismo aroma de siempre, un aire cargado con el
néctar de las frutas y flores del campo. En ese altiplano el gran Nairo ya es
el rey de la comarca. El olor a pan de la mañana y, el vapor de la olla que
cocinaba el típico sancocho boyacense,
se metía por los rincones de la casa paternal de este nuevo ídolo que tiene
paralizado al país con la franela roja de líder que se puso hace unos días en
la cotizada vuelta España y, que hoy la defiende a morir por escasos minutos de
diferencia con su más enconado rival como lo es el flemático Fromme. El ágape
estaba servido en la casa donde Nairo dio sus primeros pedalazos, a ella
llegaron desde temprano todos aquellos que quisieron untarse con la gloria de
este gladiador de rostro imperturbable, corto de palabra, pero inmenso de
corazón, que montado en su caballito de acero se asemeja a un incansable robot.
Desde que tomo el liderato, dijo que eso le pertenecía y, lo iba a defender a
capa y espada. Y nada altero su promesa, esta vez como los guerreros que juran
vencer o morir, luchó contra viento y marea para subir al pódium de jazmines y
rosas cada vez que una etapa terminaba. El camino que una vez señaló el
jardinerito de Fusagasugá con sus triunfos épicos cuando apenas la historia de
los escarabajos se comenzaba a escribir en los rotativos del mundo europeo,
este diamante que ya tiene el brillo de las joyas costosas, se ha subido varias
veces al pódium de las grandes vueltas en el viejo continente, para convertirse
desde ya como el pedalista de mayor futuro en el concierto mundial. Cuando la
última etapa de montaña anunciaba la encarnizada lucha con el larguirucho
inglés, con una ventaja que había llegado a su mínima expresión en el sufrido
crono, donde el gran Nairo perdió minutos preciosos, esta última y mítica
escalada paralizó al país, como en aquellos tiempos cuando el ciclismo era el
deporte nacional. Entonces, el país entero lloró de alegría, de emoción, cada
vez que Nairo aparecía en pantalla marcando el paso en su caballito de acero,
con ese estilo inconfundible que le ha dado la vuela al mundo, donde da la
sensación que nada lo molesta, nada lo perturba. Ese final a la sombra del
infatigable Fromme, defendiendo a muerte, la ventaja que lo acreditaba como
líder de la vuelta quedara grabada en la retina de este país hoy polarizado por
un Si o un No. El canto de júbilo viajo por la verdes montañas del paisaje
inalterable donde Nairo creció, cuando el hijo de esas tierras que llenan de
cicatrices las manos de quienes las cultivan, en una demostración de poderío le
dijo a su más encopetado rival a escasos metros de la raya final, ¡permiso que
aquí voy yo! Nairo entraste en el libro de las hazañas que se escriben con
letras doradas.
